Sucedió una mañana a orillas del Río Negro -Hornopirén.
Tras una noche de copiosa lluvia, el sol se levantó temprano ese día de febrero y pegaba fuerte entre las nubes anunciando un caluroso día de alta humedad.
Eran los días dorados del Río Negro, en que truchas arcoiris y salmones Coho de 3, 4 y hasta seis kilos eran pescados cotidianamente por los pescadores que acudían desde todo el país y del extranjero, y no era raro encontrar aficionados americanos, españoles, argentinos, italianos, franceses y de otras nacionalidades difícil de identificar… Claro, eso fue hasta que, tanto los inescrupulosos de siempre, como los mismos lugareños depredaron groseramente el que pudo haberse convertido en el mejor lugar de pesca del país.
La pesca de las primeras horas fue entretenida y generosa, con ejemplares que me hacían pensar que no sería mala idea construir una pequeña cabaña a futuro en aquel lugar. Mientras le daba vueltas a la idea, descendí por la ribera sur del río hasta llegar a una pequeña pampa en cuyo borde, el río había formado un cantil de un metro y medio de altura aproximadamente. Descendí al lecho y divisé no sin dificultad entre el reflejo de brillantes nubes, un par de hermosos peces que reposaban en un pequeño pozón formado en el reencuentro de dos brazos del río que se había separado aguas arriba.
Con algo de apresuramiento y nerviosismo até una zonker de color blanco, cuerpo plateado y collar rojo, asumiendo que una llamativa mosca sería una buena razón para atraer la atención de los salmones cuyo peso rondaría los 4 a 5 kilos.
Ejecuté un suave casteo en un acompasado….uno, dos…. tres….. La mosca voló y cayó con escándalo entre ambos «tablones»provocando que el pez mas lejano se moviera a la orilla opuesta mientras su compañero ocupaba su lugar.
El segundo lanzamiento lo planeé con más cuidado porque el terraplén que tenía a mis espaldas exigía una trayectoria mas alta de la línea para evitar enredarme con la hierba que allí crecía.
Uno, dos, tres… la línea describió una trayectoria recta en dirección a los peces cayendo entre ambos y de nuevo, el que no se había movido permaneció impasible, mientras que su compañero descendió llevado por la corriente apuntando siempre su nariz aguas arriba junto con la mosca por un trecho por casi dos metros para volver a su apostadero.
La adrenalina me había preparado para la lucha que se libraría con uno de esos pequeños titanes, mientras que mi experimentada caña (mi primera caña) Shakespeare ya había dado muestras de su fortaleza en duelos anteriores, en tanto recogía la línea de nuevo sin hacer grandes movimientos.
Tercer intento:..uno, dos y …. mi brazo que se preparaba para el impulso final, quedó rígido en alto y en el peor momento, enredado seguramente en algún arbusto o pastizal a mis espaldas. Subí al terraplén y entonces me encontré cara a cara con una curiosa oveja que se había acercado a la orilla para investigar un brazo que se agitaba.
Seguí la línea buscando donde se había clavado, y me di cuenta que estaba prendido en el cuello de la amable oveja. Al acercarme e intentar quitarla, el ovino ensayó un trote displicente para alejarse de mí, detenerse y volver la vista, sin embargo cuando percibió que «algo» la tiraba entró en franco pánico y comenzó a galopar siguiendo su rebaño.
La escena parecía sacada de una película muda, mientras el grupo de ovejas cruzaba la pampa, un sujeto en waders y equipo de pesca lo seguía enarbolando una caña mosquera.
Tras unos sesenta metros de agitado y sudoroso trote, el rebaño se juntó en una esquina del potrero donde me aproximé lentamente hasta llegar a la dichosa oveja que cuando sintió que era jalada de nuevo tomó la iniciativa y emprendió la huida seguida de sus hermanas. Esta vez sin embargo, había alcanzado a sujetar el tippet que se cortó dejando la mosca clavada en su vellón como un brillante recuerdo del evento.
Desde aquella ocasión, cuando pesco a orillas de un río, me aseguro de no tener espectadores en las cercanías que corran más rápido que yo.
Texto e ilustraciones: Luis Vásquez G.
Socio del Club de Pesca Ríos del Sur – Valdivia.