Un modesto río de grandes aspiraciones
septiembre 2, 2021


Durante los primeros días de febrero de 2009, en compañía de Alejandro Schüler (socio del Club) y mis sobrinos Cristian y Daniel recorríamos distintos cuerpos de agua de la Undécima Región y cuando, un día, por deberes laborales de Cristian, (el conocedor de la zona) no pudimos contar con su compañía, buscamos un río donde pescar no muy distante de Puerto Aysén (nuestro centro de operaciones) en donde no tuviésemos acceder esta vez por senderos recónditos, pasar por predios privados o contar con un permiso que se le otorgaba «off the record» bajo la promesa de «top secret». El río en cuestión cuyo nombre no recuerdo, es un tributario del Río Mañihuales caracterizado por buena pesca (como otros cientos de ríos y esteros de la XI Región) y modesto tamaño.

PRIMER DÍA.
El primer día creímos haber llegado al sitio recomendado en apresuradas indicaciones, e incluyeron un vadeo por el río que no fue obstáculo para la camioneta 4×4 de Cristian, así como el tramo entre mallines para llegar a la casa del dueño del predio. Tras conseguir el permiso que incluyó recomendaciones de no hacer fuego y no botar basura, accedimos a la ribera.
La jornada se llevó a cabo bajo el persistente viento patagónico y un cielo amenazante que a ratos dejaba ver el sol de febrero. El río, de variada orografía se presentaba en esa área con un trazado sinuoso, de baja profundidad de lecho de colorido canto rodado y aguas muy transparentes.


LA MOSCA: En febrero, toda trucha patagónica incluye en su menú deliciosas langostas o saltamontes «al natural» son servidos por el viento que cual solícito garzón las deposita en el agua una vez que el sol y la temperatura las pone activas. Por cierto que la opción lógica de elección estaba constituida por patrones de saltamontes (Hopper) Elk Caddis, escarabajos (bugs y beetles) y la no siempre bien ponderada Chetrnobyl Ant.
La animada jornada se inició en tanto fuimos capaces de vestir nuestro equipo que incluía cañas #3 al #5, líderes 3x a 5x y patrones en números del 16 al 12. Esto último limitado básicamente por el tamaño predominante de las langostas que, si bien eran muy abundantes no eran de gran tamaño.
Cuando nos detuvimos a almorzar, las cuentas eran alegres con capturas superiores a los 25 ejemplares por cabeza y un promedio de 1,4 kilos, es decir capturas desde los 900 a 1900 gramos. Tras un breve receso terminamos nuestra excursión a las 16 horas con el propósito de intentar abordar el mismo curso camino a casa.


Una vez en la carretera, decidimos acceder al río en las proximidades de la confluencia con el Río Mañihuales; remontamos la orilla unos 2000 metros para descender buscando los mejores lugares de pesca. La belleza del entorno era asombrosa y el río se había encajonado con una muy variada configuración de rápidos, profundos remansos, bajíos y correderas que obligaban a un constante cambio de moscas, líneas y técnicas.
Aquí la pesca fue menos generosa con tomadas menos agresivas y mayor selectividad, pero de mayor tamaño, con predominio de arcoiris sobre farios y donde pude comprobar que la ausencia de las langostas producía también distinto comportamiento. Los troncos sumergidos que poblaban su lecho agregaban un nuevo factor de dificultad que de paso constituían un seguro albergue para las farios del lugar.
Aguas abajo el río de hacía mas abierto y vadeable pero menos protegido de vegetación lo que hizo mas lento aún mas los piques. En espera de alguna eclosión crepuscular que no se produjo, cayó la noche y tuvimos que retirarnos con la luna a nuestras espaldas.
Cuando esa noche relatamos a Cristian nuestra experiencia se echó a reír asegurándonos que no habíamos dado con «el lugar» en cuestión… nuevas explicaciones, un rudimentario mapa y algunos nombres claves fueron necesarios para un nuevo intento.


SEGUNDO DÍA.
Habiendo seguido las nuevas instrucciones llegamos a destino, el río había montado un escenario fantástico. Ante nosotros se presentaron sucesivamente profundas cañadas, sectores de pesca inaccesibles donde se decía (la verdad es que vi nada) que existían ejemplares de al menos 12 kilos «empozados» en verdaderas piscinas de unos 8 metros de ancho por unos o 80 de largo, en unos cortes de entre 12a 18metros de altura tallados por el río en la roca basáltica por milenios. Las aguas de ese lugar eran oscuras y muy profundas donde el sol no llegaba aún a mediodía.
Animados por ese «estímulo» comenzamos nuestra segunda jornada en este -a veces un sencillo estero y en otras un hermoso río- que en ocasiones se abría cual líquidos dedos de una mano plateada sobre un pequeño valle para reunirse antes de la próxima curva o quebrada.


Decir que la pesca en este sector fue fantástica es ser mezquino en los adjetivos, una numerosa población de saltamontes cual pequeñas nubes dotadas de vida propia que se levantaban a nuestro paso, eran llevadas por el viento omnipresente al cauce del río. Allí intentaban sortearlo prolongando su vuelo a la orilla opuesta o intentando volver a la ribera.
Era un espectáculo digno de observar el festín de las truchas que confiadamente tomaban las langostas en distintas modalidades; las mas chicas saltaban fuera del agua para asegurarse la colación mientras que las mas grandes y astutas apenas asomaban la punta del hocico para «sorber» las langostas que tras caer al agua esperaban unos 5 segundos antes de intentar nadar a la orilla. Era frecuente ver dos o tres tomadas simultáneas.


Por cierto, nuestros intentos era tentar a las más grandes cuyo pique se producía en una cadencia asombrosa. Había lugares mejores que otros, por cierto, pero en toda su extensión el río demostraba ser poseedor de una fauna piscícola abundante.
Tengo imágenes grabadas de Daniel que sin moverse capturó al menos 7 truchas en forma consecutivas del mismo lugar con no mas de 40 cm. de agua. Por su parte Alejandro en una corredera que pasaba bajo un árbol que casi cubría el brazo del río con un ancho de dos metros y en una extensión de unos de 5 m. capturó seis ejemplares y ninguno de ellos de menos de un kilo y medio.
Mención aparte merece una trucha que Alejandro capturó y devolvió en una pequeña correntada y que por señas me indicó el tamaño y el lugar del pique, al aproximarme al lugar unos 5 minutos después hice un lanzamiento con una maltratada Hopper la que de inmediato fue cogida violentamente por la arcoiris. Una vez tomada la foto de rigor y preguntado acerca de las características de la trucha de Alejandro y al mostrarle la foto coincidimos que el mismo ejemplar al constatar una pequeña marca del anzuelo en la comisura de la boca y unas marcas en su costado propios de la lucha por liberarse.



Aquel día (solo pescamos hasta las 15 hrs aprox.) Daniel capturó unas 64 truchas y con Alejandro pescamos al menos 48 ejemplares cada uno.
Si bien los números no son relevantes, hablan de la calidad de la pesca que puede alcanzar un remoto curso de agua de menor tamaño que nuestro Río Cruces cuando la mano del hombre no interviene en forma desmedida o irresponsable.
Si nuestros amigos pescadores que frecuentan nuestros ríos locales consideraran que son fuente de vida, que son un bien común, y los cuidaran como si fuera propio no sería necesario desplazarse cientos o miles de kilómetros para disfrutar de lo que es considerado en nuestros días, un privilegio de pocos.

Por suerte, esta vez me tocó a mí.


Texto: Luis Vásquez G.
Fotografías: A. Schüler, L.Vásquez. – Socios del Club de Pesca Ríos del Sur.


Valdivia, Chile